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La libertad de elegir y la renuncia

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“Mi libertad, a quien por mucho tiempo te he guardado como una perla rara
Mi libertad, eres tú quien me ha ayudado a largar amarras
Para ir a cualquier sitio, para ir al límite de los caminos de fortuna
Para recoger, en sueños, una rosa de los vientos bajo un claro de luna. (…)
Mi libertad a quien, sin embargo, abandoné una noche de diciembre
Dejé los parajes remotos que recorríamos juntos
Cuando, sin sospecharlo, de pies y manos atados, me dejé arrastrar
Y te traicioné por una prisión de amor y su bella carcelera.” 
Fragmento de la canción “Ma Liberté”, de Georges Moustaki. 

Una de las más bellas utopías de la humanidad es la libertad. Su forma, sus valores y lo que implica la libertad se ha modificado como la civilización humana. En nuestros días, los derechos humanos de base, el acceso a ciertos recursos, la tecnología y sus beneficios, se consideran “libertades” del individuo. El derecho a “hacer lo que se me dé la gana”, que suele confundirse con libertad, no lo es. La libertad, la de verdad, implica dejar algo de lado para preservar una idea, un valor o un conjunto de valores o de ideas que me resultan importantes o que me ayudar a conseguir algo que anhelo.

No se escoge sin dejar algo de lado, y la “libertad para elegir” implica dejar de lado valores familiares, pautas aprendidas y coherencias mías a fin de lograr una meta u objetivo que me propuse. Una buena parte de esto de “elegir en libertad” implica aprender a sostener las incomodidades (y eso puede ser laborioso, o cansón) que se derivan de mi elección y exige una perspectiva clara de lo que quiero lograr… porque cuando las pérdidas se me revelen, es indispensable tener claro qué era lo que quería, para qué lo quería y cómo lo quería.

Pareciera que, mundialmente, esto de “ser libre” lo resuelve todo pero, como dice la canción de Moustaki, en algún momento habré de deponer la libertad por satisfacer un anhelo personal. Se tiene lo que se escoge y también lo que dejamos: resulta necesario aprender a hacerse responsable frente a las consecuencias de lo que escogí.

Solemos llamar “madurez” a esa facultad de saber elegir teniendo una proyección somera de las consecuencias.
Solemos llamar “sabio” a aquel que suele mirar con serenidad el caos inicial de cualquier proceso de elección “en libertad”.

Casi nunca elegimos libremente: el contexto, mi historia personal, mis estimaciones sobre las posibles consecuencias de mi elección, la emocionalidad mía y lo que estimo que puede hacerme más/ menos daño, así como las estimaciones que hago de las posibles reacciones de aquellos a quienes aprecio -entre otros- son los factores que más participan en cualquier toma de decisión “libre”.

Y si bien parece muy buena idea “salir de la caja”/ “salir de la zona cómoda” y escoger otra cosa, normalmente no solemos ir muy lejos de lo que ya conocemos, principalmente por no gastar mucha energía porque ese camino no lo he transitado antes (y voy a necesitar más energía para analizar y esoger para ir en ese sentido) y porque tampoco quiero hacerme cargo de lo que sea que se derive de este nuevo camino.

Las consecuencias de mis elecciones no siempre las voy a saber de antemano, por ello hay quienes no eligen. “A mí no me quedó más remedio”, “no tuve más opción”, “en mi caso no me tocó ni elegir”. Quizás no lo vemos pero, antes de llegar a este “no puedo elegir”, hubo momentos en que yo tenía opciones… y decidí no elegir. Porque “no elegir”, también es una forma de elección: me someto a la voluntad del curso de las acciones, de lo que se derive de las circunstancias. 

La libertad de elección implica: evaluar, considerar, despejar mi emocionalidad para que no me nuble la visual a la que apunto y “sostener la incomodidad” de no saber a dónde voy/ no saber qué puede traerme una decisión en este o en aquel sentido. Este cuadro  genera incomodidad, desazón y hasta ansiedad: queremos “resolver la incertidumbre” de cualquier forma, de inmediato. Y luego, nos toca apañarnos con las decisiones que tomamos: somos, en cierta forma, “prisioneros” de nuestro pasado Yo que se apresuró a salir de su desasosiego o su desazón.  

Uno de los trabajos más hermosos que hay es acompañar, desde el respeto de las circunstancias de vida de cada quien, a aquel que viene con ganas de iniciar un nuevo camino para sí, que anhela algo distinto pero que no sabe por dónde empezar. Uno de los roles de todo buen terapeuta es ese: promover la libertad al momento de elegir y facilitar las condiciones para que, quien acude a consulta, aprenda a mirar con cuido y gentileza su vida y sus condiciones para abrazar y sostener incomodidades y consecuencias que se derivan de la Libertad. 

Si este tema te interesa, si quieres saber más de mis servicios, si quieres conocer sobre algún punto de este tema, estoy a la orden a través de cobaltocoach@gmail.com

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